martes, 5 de marzo de 2013

Cada cosa en su lugar

Después de dos años y pidiendo mil disculpas aquí está la continuación de

NOCHE DE SAN JUAN  Capítulo 9













Cada cosa en su lugar



Desperté con ciertos dolores en mi bajo vientre que me resultaron bastante familiares.
Me levanté despacio y con cuidado de no despertar a Edward.
Ya en el baño, pude comprobar que me había venido el periodo. Creo que nunca en mi vida me había puesto tan contenta de que lo hiciera. Ahora todo estaba como debía. Ya suponía que no me podía haber quedado embarazada por los cálculos que hice, pero nunca se sabe.
Recordé que llevaba una vieja receta de anticonceptivos en mi cartera cuando tuve desarreglos una temporada. Esa misma tarde pasaría por una farmacia de 24 horas ha comprármelos y los empezaría a tomar.
Parecía que lo mío con Edward tenía probabilidades de prolongarse durante todo el verano y no quería tener que preocuparme por descuidos y calentones, ya que parecíamos dados a tenerlos a menudo.
Llevaba los pies descalzos y noté la humedad en el suelo.
La noche anterior después de utilizar nuestros cuerpos para tomar el postre, nos dimos una ducha que pareció más una lucha de voluntades que otra cosa y las evidencias estaban por el suelo.
Edward no parecía cansarse y después de ayudar a enjabonarme, estaba más que dispuesto para otra ronda. Yo intenté escapar de sus intenciones ya que el agua y los condones no me daban una buena fiabilidad y la marcha atrás ya no era una opción.
Al final nos secamos deprisa y volvimos a la cama, donde esta vez con más calma, me hizo el amor despacio, besando cada poro de mi piel, provocándome con sus caricias y llevándome al éxtasis en dos ocasiones más.
Creo que la sonrisa en mi cara, iba a ser casi permanente.

Abrí el armario del baño y saqué un analgésico y me tomé un vaso de agua.
Volví a la cama y me acurruqué junto al cuerpo de Edward llevando una de sus grandes manos a mi tripa, para que me diera calor y me ayudara a que mis dolores cesasen hasta que me hiciera efecto el paracetamol.
Era domingo y podía dormir hasta la hora que me diera la gana y eso sin duda lo iba a apreciar bastante.

Me quedé dormida.

- Bella, despierta, ya son casi las dos. ¿No tienes hambre?

- ¡Ummm! Sí claro, me vendría bien comer algo.Tengo que decirte una cosa.

- ¿Qué ocurre? No tienes buen aspecto.

- Me duele un poco la tripa, me ha bajado la regla. Se me ha adelantado unos días. Ahora cada cosa está en su lugar.

- Se acabaron las similitudes con mis padres -dijo sonriendo.

- Sí, y no sabes cuanto me alegro.

Me besó en los labios.

- Vamos a comer algo dormilona.

El domingo pasó más rápido de lo que hubiera deseado.
Nos quedamos los cuatro en casa intercalando películas de acción con comedias románticas de las que nos gustaban a Alice y a mí, salvo esa pequeña escapada a la farmacia, eso fue todo lo que hicimos.

Edward no se separó de mí, más que cuando me levanté a preparar unos sandwichs para la cena y aun y todo se acercó a ayudarme, mientras me besaba en la nuca apartándome unos mechones de pelo que se habían escapado de mi coleta, mientras  Jasper y Alice desaparecían en la habitación para "echar uno rapidito" , como él dijo. Y tanto que lo fue, porque pronto oí aquellos grtitios tan característicos suyos.

Esa noche se marcharon los dos a casa de los padres de Edward y Alice y yo nos despedidos hasta el día siguiente, porque no teníamos ni ganas de hablar entre nosotras. Solo nos abrazamos y nos sonreímos con cara de tontas y de felicidad. Nunca hasta entonces habíamos estado en una situación así y la verdad es que era fantástico, estar dos amigos con dos amigas.

Aquella semana pasó rápida. 

Por la mañana quedábamos en la playa hasta la hora del almuerzo en el que yo me daba una ducha y me iba a trabajar. Edward venía todos y cada uno de los días a recogerme y nos veíamos en nuestro apartamento. Procurábamos cenar cosas que compraban los chicos y las cocinábamos, o unos simples bocadillos y pizzas congeladas.
Edward no hizo ningún intento mientras estuve en mis días y la verdad es que se lo agradecí. A mí ese rollo de hacerlo con la regla no me iba nada, aunque tenía que reconocer que me apetecía muchísimo más de lo normal y eso nunca me había ocurrido, pero imaginé que era porque no me podía resistir a sus encantos naturales. Nunca había conocido a un chico como él. Dulce, simpático y atento y para colmo un fenómeno en la cama. ¿Quién puede pedir más? Supongo que mi cupo de malotes estaba desbordado y Edward era mi premio final.

- Te veo triste Bella. ¿Qué pasa? ¿Edward y tú habéis discutido? -me dijo Alice una noche.

- ¡No, que va! De hecho quiere que cenemos en el apartamento de sus padres el sábado "nosotros solos" le he tenido a dieta esta semana.- Me reí al ver la cara de Alice.

- Ya entiendo, y sin embargo se ha quedado tres noches a dormir ¡Qué majo!- Se burló.

Le saqué la lengua.

- ¿Entonces? ¿Qué es lo que ocurre?

- Sé que ha pasado poco tiempo, pero creo que me he colado del todo Alice, y eso no es nada bueno. Nunca había vivido el típico amor de verano y pienso que cuando acabe me voy a quedar hecha polvo.

- ¡Ya estamos! "Bella la optimista in action" ¿Acaso no puedes disfrutar del momento? ¿Del día a día, del sol, de las fiestas y de los revolcones con Edward? Aunque no lo creas, sé perfectamente lo que sientes, yo tampoco me había enganchado tanto con un tío. Otras veces había estado varios meses con el mismo, pero te puedo asegurar que no hay nada comparable a Jasper. Es divertido en todas sus facetas, y eso me gusta mucho, pero que mucho mucho, aunque a veces no pueda remediar ser un capullo, pero esa es su personalidad.

No pude estar más de acuerdo y entristecerme por algo que sin duda iba a pasar quisiese o no y eso me iba a impedir disfrutar de la compañía de Edward y no podía empañar mi felicidad con aquello. Mi relación con él, aunque no hubiese comenzado de la manera más habitual y nunca me hubiese pedido formalmente salir con él, era más solida que las que había tenido jamás.
Esta relación tenía fecha de caducidad, El final del verano, y lamentablemente no tenía el poder para cambiarla.

Siempre me había comportado de una manera sumisa con todos los chicos con los que había estado. Dejando que ellos dieran el primer paso y no negándome jamás a sus deseos. Estaba ansiosa por complacer, como si por aquello fuera a conseguir que se quedaran más tiempo conmigo. No podía haber estado más equivocada. Acababa utilizada y olvidada, salvo por alguno que otro que repetía, pero que nunca me dejaba ser yo misma, a la mañana siguiente las despedidas eran frías y eso si se quedaban, nunca había una propuesta para quedar para ir al cine, tomar una copa o vernos al día siguiente. Nada. Sin embargo Edward en un par de semanas me había dado todo aquello y mucho más. ¿Cómo no iba a enamorarme locamente? Era perfecto, no era un cachas ni por asomo un metrosexual pero era lo que toda chica como yo podría desear.
Estaba metida en un buen lío, mi corazón iba a quedar devastado.

- ¿Además? ¿Quién te dice que después del verano no seguiréis viéndoos? Querer es poder Bella y las relaciones a larga distancia existen, recuerda que sus padres seguirán teniendo su casa aquí.

- Si claro, como si fuéramos adolescentes que se van a jurar amor eterno y se van a esperar de un verano para otro ¡Venga ya, Alice!

- No puedo contigo Bella ¡de verdad!

Lo mío no era el optimismo, pero a la experiencia me remitía. Edward podría tener a la que quisiera y su futuro sin duda era prometedor y yo como ya le dije a su madre no me interpondría en él. Todo el mundo superaba una ruptura con su primer amor y yo no iba a ser menos. Así que seguiría el consejo de Alice y viviría el momento con toda intensidad. Aun nos quedaba mucho verano por delante, no había hecho más que empezar.

Edward optó por comprar una sombrilla y pasar parte de nuestras mañanas playeras bajo ella.
Lo primero que hacíamos después de colocarla, era tumbarnos en las toallas y comenzar nuestro ritual recién adquirido de colocarnos el uno al otro la crema de protección solar, del cual se podría decir que disfrutábamos los dos mucho. Hasta creo que empezó a gustarle tenerse que poner crema.
Él siempre aprovechaba para darme un ligero masaje en la espalda que yo agradecía profundamente. A parte del placer de sentir sus manos por todo mi cuerpo, se le daba bien descontracturar músculos.

- Me estáis poniendo malo con tanto masajito chicos -dijo Jasper.

Los días que se dignaba a levantarse con Alice, se apuntaba a venir con nosotros a la playa argumentando que no tenía nada mejor que hacer.

Nosotros nos reímos.

- ¿Tienes envidia Jasper? -le soltó Edward.

- ¿Envidia yo? ¿De qué? ¿De ver lo empalagosos que sois?

- Estoy seguro de que te gustaría que Alice estuviera aquí para que te pusiera bien de crema por el cuerpo.

- Si te soy sincero Edward, no es precisamente el masaje que me gusta que me dé.

Yo no pude remediarlo y le lancé el tuvo que le dio en toda la cabeza.

- ¡Auch! Eso ha dolido. Pero ya que tan amablemente me lo has dado ¿Te importa darme un poco de crema?

- Oh vaya, pensé que no te iban los masajes-le solté con ironía.

- Solo quiero que me la untes, no que me masajees con ella, no quisiera que la novia de mi me mejor amigo me pusiera cachondo, salvo que eso sea lo que quieras claro.

Entonces fue Edward el quien le propinó un puñetazo en el brazo.

- ¿Eyyy? Os podría denunciar por maltrato a un amigo.

- ¡CALLATE! -gritamos a la vez.

La palabra "novia" aun seguía resonando en mi cabeza, sobre todo después de ver que Edward no parecía haberse molestado al oírla ni hacer ningún comentario al respecto, lo que hizo que de nuevo se dibujara en mi cara una sonrisa estúpida mientras disfrutaba de los rayos del sol calentando mi cuerpo.

La noche del sábado, le pedí a Edward que me fuera a buscar a casa y no al trabajo, un poco más tarde, para que me diera tiempo a darme una ducha rápida y cambiarme de ropa. Aquel día había hecho mucho calor y necesitaba refrescarme y ponerme guapa para él. Se podría decir que era absurdo, estábamos en la playa y nos veíamos a diario, pero aquella noche era como si fuera nuestra primera cita formal los dos solos y me hacia realmente mucha ilusión.

Me maquillé suavemente; solo rímel y brillo de labios, ya que el sol de los últimos días, había dejado sobre mi piel un ligero bronceado que evitaba que me tuviera que embadurnar de maquillaje para cubrir mi habitual pálido rostro.

Llegó a recogerme sobre las diez. Era algo tarde, pero no pareció importarle.

- Estás guapísima.-y me besó suavemente en los labios- ¿vamos?

- ¡Claro! -y le cogí de la mano que me ofrecía sin podré evitar sonrojarme ante su halago.

Cuando llegamos al apartamento de sus padres, la mesa estaba decorada con velas aromáticas y los cubiertos y los platos preparados.

- ¿Te puedo ayudar en algo?

- No, mientras tomamos la ensalada que ya está preparada se terminarán de cocer los espaguetis. No es una gran cena, pero sé que te gusta la pasta y si te digo la verdad es lo único que me sale decente. -sonrió.

- No tenías que haberte molestado, yo podría haber cocinado cualquier cosa.

- Lo sé, pero es sábado y acabas cansada de trabajar toda la semana y me apetecía ser yo quien cocinara para ti. Quiero que sea una noche especial, también podríamos haber salido a cenar por ahí, pero esto me parecía más íntimo. ¿Está bien para ti?

- Está de maravilla para mí, te lo aseguro.

Y tanto que sí. Estaba en mi nube particular y no quería bajarme de ella de ninguna manera.

Había preparado una ensalada de rúcula con parmesano y unos espaguetis al pesto. Todo estaba delicioso. Sacó una botella de Lambrusco rosado muy fría que nos bebimos sin casi darnos cuenta.

- Ven aquí. 

Me extendió su mano y me acercó hasta que quedé sentada en su regazo.

-¿Te ha gustado la cena?

- Muchísimo, me he quedado realmente llena.

- Pues es una lástima, porque aun queda el postre.- me dijo mientras sus labios rozaban mi cuello.

- Te juro que no me cabe nada más.

Edward separó bruscamente su boca de mi cuello y alzó su mirada hasta mi cara con cara de asombro.

- ¿Estás realmente segura?

Entonces me di cuenta de lo que había dicho y del doble sentido. Me mordí el labio y Edward sonrió.

- Porque había preparado fruta de temporada cortada en pedazos para que hiciéramos una fondue de chocolate con ellas.

- Eso suena interesante, pero ¿podríamos tomarla más tarde? cuando se me haya bajado la cena. ¿Te parece?

- Me parece estupendo, porque estaba pensando en una manera de bajar la cena, pero no sé si estará disponible -dijo arrastrando la última palabra.

Me acerqué a su oreja y le susurré.

-Disponible y en perfecto estado de revista.

- ¡Jajajaja! -se carcajeó mientras hacía que cambiara de posición y esta vez me sentara a horcajadas sobre sus piernas -no sabes cuanto me alegro- me susurró.

Besó mi cuello haciendo que echara mi cabeza hacia atrás acercándose a mi escote.

Llevaba una camisa blanca sin cuello ni mangas, con una falda hasta la rodilla tostada con algo de vuelo, con motivos tribales naranjas en el borde y unas alpargatas de cuña alta atadas a mis tobillos.

Fue desabrochando poco a poco los botones de mi camisa mientras me besaba debajo de la oreja y el cuello.
Emitió un pequeño suspiro y abarcó con sus grandes manos mis pequeños pechos.
El conjunto de ropa interior que llevaba era de microfibra muy fina en color champán y mis pezones endurecidos luchaban por abrirse paso tras la tela.
Estaba muy excitada. Edward tenía ese efecto fulminante en mí, no hacía falta que hiciera, ni insinuara a penas nada y ya me tenía derretida antes de tocarme.
Sus manos seguían acariciándome. No parecía importarle que mis senos se perdieran en ellas, al contrario, siempre les dedicaba la suficiente atención y nunca se olvidaba de ellos como ya me había ocurrido con otros chicos; y ellos en respuesta se erguían orgullosos entre sus manos y mis gemidos no tardaron en salir.

Subió por mi mandíbula, besó mi sien y se detuvo en mi frente. Notaba su barbilla apoyada en el puente de mi nariz.

- Me ocurre algo extraño cuando estoy contigo ¿sabes?

Un escalofrío recorrió mi columna temiendo que sus siguientes palabras no me fuesen a gustar.

- Es extraño - continuó- siento como si lleváramos mucho tiempo juntos. Como si nos conociéramos desde mucho antes de aquella noche.

Suspiré.

- ¿Mucho tiempo? ¿Cómo si ya te hubieras aburrido de mí?

Se separó de mi frente instantáneamente.

- ¡NO! -me agarró de la barbilla- Al contrario, como si nos complementáramos, como si el encontrarnos ese día fuese provocado por el destino, como si debiéramos haber estado juntos siempre. Igual estoy sonando ridículo, lo siento.

Mis ojos comenzaron a brillar.

- Yo siento algo parecido Edward -dije bajando la voz- nunca me he sentido tan bien junto a nadie en tan poco tiempo que no fuera una chica.

Edward cerró los ojos y sonrió ante mi comentario y besó mi nariz.

- Eres absolutamente adorable. Jamás habría pensado que aquella chica que se entregó a mí con tanta pasión, fuera a ser la chica tímida y sencilla que eres. He de confesarte que me dejaste alucinado cuando accediste sin conocernos a practicar todas aquellas posturas, pero a la mañana siguiente me di cuenta de que me había aprovechado de tu embriaguez y si te digo la verdad me alegré de que te hubieras marchado.

Mi cara de decepción debió de ser evidente.

Cogió mi rostro entre sus manos.

- No quería que pensaras que había abusado de ti. Pero te puedo asegurar que me dejaste una huella permanente y que nuestros caminos se volvieran a cruzar fue lo mejor que me pudo pasar.

Sonreí tímidamente y esta vez fui yo quien me lancé a sus labios. Tirando de su labio superior que tanto me gustaba y accediendo al interior de su boca mientras me abrazaba y me pegaba a su cuerpo haciendo que notara su evidente excitación.

Se deshizo de mi camisa y empujó la silla en la que estábamos sentados hacia atrás y me inclinó hasta que apoyé parte de mi espalda en la mesa. Un camino de besos desde mi cuello hasta mi escoté acabó con su lengua empapando mis pezones a través del sujetador, mientras agarraba con fuerza mis caderas y hacía que nuestros cuerpos se rozaran en nuestra zona más caliente.

Yo acariciaba su desordenado pelo y pasaba las manos por su nuca dibujando pequeños círculos que hicieron que el vello se le pusiese de punta.

- ¡Vamos a la cama!

En la misma postura en la que estábamos, me sujetó del trasero y me llevó hasta la habitación de sus padres. Los recuerdos volvieron a través de la nube de alcohol de aquel día y no pude remediar ponerme colorada solo de pensar en los espejos. Esta noche también estaba algo bebida, quizás no tanto, pero ya no me sentía tan segura de ver nuestros cuerpos reflejados en los espejos.

Bajé mi mirada a su pecho que tan solo tenía un par de botones abiertos de la camisa.

Edward me deslizó por su cuerpo hasta dejarme de mi pie frente a él y se sentó en la cama. 

Comenzó a bajar la cremallera lateral de mi falda. Deshizo las lazadas de mis alpargatas y me desabrochó el sujetador lamiendo cada unos de mis pezones al ser descubiertos.

Entonces me dio la vuelta y me puso cara al espejo.

- Mírate, eres preciosa.

MI rubor, cubrió mi cara y parte de mi cuerpo, cosa que jamás pensé que fuera posible y bajé mi mirada al suelo mientras notaba como deslizaba mis braguitas por las piernas.

Salí de ellas.

- ¿Qué ocurre Bella? ¿No crees que seas bonita? Lo repito, eres preciosa y no deberías de avergonzarte de estar desnuda delante de un espejo mientras yo te observo. Es algo que me encanta y que llevo dos semanas soñando en poder repetir.

Mi Edward fetichista estaba en acción y en mi naturaleza estaba concederle todos sus deseos. Sabía perfectamente que si le decía que me sentía cohibida con esa situación él acabaría con ella, pero mi ego venció mi timidez y el saber que él me veía hermosa hizo que levantara la mirada de nuevo al espejo y al ver su  cara asomando por un lateral de mi cuerpo mientras tocaba con una mano uno de mis pechos y con la otra recorrer mi estómago bajando por mi pubis, me animó a seguir con ello. La lujuria y el deseo se veían reflejados en su hermosa cara y yo de repente me sentí orgullosa de mi cuerpo y del poder que ejercía en ese hombre en ese preciso momento.
Abrí mis piernas y dejé que me tocara íntimamente mientras pequeños mordiscos recorrían mi costado derecho.
Estaba empapada y deseando sentirle dentro pero sabía que me quedaba un largo camino para ello.
Me di la vuelta voluntariamente y besé su boca mientras le desnudaba.
Le quite la camisa, y le comencé a desabrochar los pantalones y entonces me agaché para ayudarle a salir de ellos. Me llevé con ellos sus bóxers y los aparté a un lado y comencé a tocarle y acariciarle de arriba abajo. Me encontraba exactamente en la misma posición que aquella noche en la que estábamos juntos y no dudé ni un momento, me lo llevé a la boca mientras él exhalaba ruidosamente. Cuando levanté los ojos a su cara, su mirada estaba nublada por el deseo y la apartó para dirigirla al espejo como aquella vez. Sí, le gustaba mirarnos a través de él y eso hizo que me pusiera más excitada todavía si era posible.
Me levantó e hizo que me girara de nuevo cara el espejo besando mi cuello, acariciando mi cuerpo entero… cerré lo ojos y me dejé llevar notando su erección en la espalda.

- Apoya las manos en el espejo.

Hice lo que me pidió

Allí estaba yo mirándome en él, completamente desnuda con su mirada fija en mí cara y después recorriendo mi espalda.
Se apartó para buscar algo en la mesilla.
Sacó un condón. Aun no le había dicho que estaba tomando la píldora porque quería que pasara un tiempo prudencial para que ejerciera su efecto. 
Se lo puso mientras yo continuaba en la misma poción.
Se acercó de nuevo y comenzó a tocarme desde atrás deslizando dos de sus dedos dentro de mí, como si quisiera comprobar lo lubricada que estaba y ya lo creo que lo estaba.

Tiró un poco de mí para que mis caderas se echaran para atrás, flexionó sus piernas y me penetró en esa posición. Cerré los ojos ante la sensación. Se quedó quieto.

- Si te hago daño quiero que me lo digas -tan solo asentí-

Una vez que empezó a moverse me agarró de los pechos y nuestras miradas coincidieron en el espejo.

- Eres perfecta, esto es perfecto.

Cuando tocó mi clítoris estaba tan encendida que rompí en un fuerte orgasmo mientras él embestía más duramente dentro de mí animado por mis gemidos.

Cuando se corrió, calló de rodillas llevándome con él.

- Creo que podría hacer esto todos los días de mi vida- me dijo entre jadeos.

- Estoy segura de ello, lo que no sé es si yo sería capaz de seguirte el ritmo.

Rompió a reír y me rodeó fuertemente con sus brazos mientras yo dejaba caer mi cabeza en el hueco de su hombro.

Si existía la felicidad, yo estaba en el momento cumbre de ella.




May Cullen

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